La marca El kadi Pet-shop es la hermana menor de EL-kadi veterinaria

Todo nace con Patricia El-Kadi

 

Historia

Se dice que la vida siempre te lleva por caminos imprevistos. Y es cierto, nadie sabe lo que el mañana nos depara. Pero hay ciertas vidas que parecen haber sido planeadas de antemano. Patricia nació en Argentina, pero a sus dos meses ya estaba en Brasil, empezando una infancia dichosa, no por lo económico, que nunca fue una prioridad en los valores familiares, pero por la naturaleza, la libertad, la comunión con lo primario, lo importante, lo emotivo. De padre egipcio y madre ítalo-alemana, crecer frente al mar en un pueblo chico, donde todos se conocían y todos se cuidaban, vacacionar en el sur de Argentina cada verano empezando el trayecto adentro un viejo Chevy conducido por su abuelo alemán fueron formadores de su filosofía de vida. Días y días en la ruta rumbo a los Siete Lagos en Esquel, junto a su hermana, dos primos y los abuelos maternos, riendo, cantando, aprendiendo a apreciar el valor de una abeja, de un trabajador del campo, de una ovejita, de la leche de una vaca, de los callos en las manos de la gente con quien se cruzaban, del pan que se bendice. Aprendió que los humanos y los animales son parte de un mismo ecosistema, que un burro es tan inteligente y sensible como un caballo, y que un perro o un gato pueden salvar de la soledad a miles de personas. Patricia creció enamorada de esa confraternización. Sus fotos de infancia la muestran abrazada a caballos, nadando en lagos, corriendo en la arena juntando caracoles. Ella sabía, muy adentro, que un día sería veterinaria. ‘Para cuidar a los bichitos’ le decía a su madre, y ella sonreía sabiendo que eso haría su niña.

Hoy, Patricia es una veterinaria reconocida a nivel nacional e internacional, constantemente citada y entrevistada por los medios. Es la única cardióloga equina-canina del norte argentino. Para llegar a ser lo que es se pasaron años de estudio, de trabajo, de empujar para adelante, aunque todo tiraba para atrás.

A sus trece años vuelve a Argentina, a Tucumán específicamente. Sus padres la inscriben en el Colegio San Patricio para que aprendiera inglés. Un mundo muy distinto al de su pequeño universo de mar en Ilhéus, Bahia. Muchas cosas cambiaron, pero lo esencial permaneció. Patricia llegaba al colegio privado, de clase alta en Yerba Buena, subida al lomo de su Pampa, el trasero de su jumper gris siempre percudido. Los recreos eran para ir con sus amigas a darle pasto fresco y agua a su petiso marrón.

Fue la Universidad del Litoral en Esperanza, Santa Fe la institución que dio forma y sentido utilitario a su pasión por los animales. Idas y venidas de Santa Fe a Tucumán para ver a su familia y amigos. Horas de estudio, con mate en mano, adentro de colectivos que paraban mil veces en pueblitos antes de llegar a destino. Trabajó en restaurantes, manejó taxis, hizo lo que pudo para ayudar a pagar sus estudios. Incluso en los momentos más difíciles, nada iba a detenerla. Absolutamente nada. Sus profesores notaban en ella un ‘algo’ diferente, un fuego que palpitaba en cada pregunta que hacía y que repetía hasta que sentía que podía dominar el tema. No por nada fue elegida por profesores para ser ayudante de cátedra, como la de equino y anatomía. No por nada era ella quien guiaba las clases desde sus primeros años universitarios. No por nada sus grandes maestros de facultad dejaron soltar una lágrima cuando la abrazaron en su recibida a finales del 2001. “Vas a ir muy lejos, Pato’, le dijo Dr. Grande, una eminencia en la Facultad. Y fue. Fue lejos. Patricia ha dejado huellas, vestigios de su esfuerzo, de su generosidad con sus compañeros, de su furioso amor por aprender a salvar vidas de animales.

Han pasado casi dos décadas desde que recibió el título que la habilitaba a finalmente ejercer su profesión soñada. Podría haber parado ahí, pero no. Se especializó en cardiología animal en la Plata, fundó ad honoren el primer centro de cardiología en la Facultad donde se graduó, fue invitada a la Universidad de Colorado, EUA, fue la primera doctora a incorporarse en la Asociación de Caballos Peruanos, un espacio sumamente masculino, donde aún hoy es respetada y admirada. Patricia no recibió nada de ‘arriba’, nada le vino en bandeja. Sin auto, sin comodidades, se hizo conocer en la región del NOA argentino. En colectivo, con su pesado instrumental de cardiología en mano, visitaba haras, haciendas, campos, rodeos, iba y venía, exhausta, de verano a invierno, haciéndose conocer. Cuando alguien le dice, ‘no… eso es imposible’, ella se sonríe. Patricia El-Kadi, a sus 43 años acaba de abrir su segunda veterinaria. Una de las mayores y más completas de la ciudad. Tiene a su cargo nueve empleados, incluyendo pasantes de la Facultad de Veterinaria de Tucumán, que hacen fila para poder tener el honor de aprender con y de ella. Hace cuatro décadas que Patricia existe para lo que hace ahora, para ver a los papis de sus pacientes abrazándola agradeciéndole por haber salvado la vida de sus mascotas, para que una niña de cuatro años le traiga de regalo una gallina, porque era lo único que tenían como señal de gratitud por haber operado gratis a su gatita. Allí está cada día, cumpliendo su sueño y su misión en esta vida. Lo sabe su hijo, Alejandro, que la mira orgulloso cuando sale de otra cirugía exitosa y corre a abrazarla.